Los amantes se deseaban, pero no podían abrazarse. Cada uno de ellos comenzó a golpear con fiereza las mamparas que les separaban. Desde la cercana lejanía el uno del otro, luchaban para poder acariciar las palmas de sus manos, mas éstas sólo alcanzaban a rozar el frío cristal. Lentamente la rendición en sus cuerpos comenzó a hacer mella. Eran incapaces de romperlo, y ya sólo se miraban como dos estatuas, inertes, sin fortaleza. Entre las dos transparentes barreras, transeúntes caminaban libres. Algunos de ellos con un libro cerrado bajo la axila, otros agarrados de otras manos. Así pues, los enamorados optaron por sentarse, cansados. En sus mentes tan sólo recordaban las sonrisas que se habían dedicado, las caras tristes, las lágrimas secas en rostros hipócritas, los mecánicos guiños de complicidad. Expresiones erróneas, frases mal pronunciadas. Cerraron los ojos y se dejaron llevar, consumidos dentro de ese lugar donde estaban atrapados. Y ya sólo sentían cómo se alejaban más y más, mientras eran absorbidos por el gran agujero negro del Smartphone gigante donde vivían.