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Sé que tú no eres el hombre.
Porque lloré.

Porque no me entendiste,
porque no me escuchaste.
Porque me agarraste,
porque me apretaste.
Porque sólo observaste,
porque callaste.
Porque dormiste,
porque te fuiste.
Cuando te reprochaba,
y cuando te grité.
Cuando te asfixié,
y cuando no te soltaba.
Cuando te miraba,
y cuando no dije nada.
Cuando cerré los ojos,
y cuando dejé ir.
Entre susurros…
Abrazados…
En la cama…
Un te amo.

Porque lloro.
Y sé que yo fui la mujer.

El día que nos amemos llorará el viento,
mientras apartas los pétalos de mi cabello,
y yo me pierdo en tus ojos bellos.
Y la unión de los cuerpos volará… lejos,
envuelta en su aliento;
fragante a pasión, a primavera,
a saliva…
a la flor abierta que más te anhela.
Allí nos amaremos, juntos,
cerca del árbol que vimos,
bajo las lágrimas de nuestro almendro florido…

Me bebo las lágrimas
en la superficie cálida de tu boca.
Y me envuelvo
en el remolino de tus fluidos.
Extasiada,
mi desnudez ya se deja caer en la humedad de nuestro lecho,
donde fui agitada por tu furia,
donde me hiciste chocar contra la roca sobresaliente de tu cuerpo.
Respiro, me ahogo, respiro… me sumerjo.
Porque tú eres el aire, y yo…
la que fluye liviana.
Porque yo soy el viento, y tú…
el que corre salvaje.
Porque tú eres el mar, yo tu mar.
El mar que te espera en la orilla acostada,
somos el mar que se vuelve a marchar.