Cuatro ojos tenía,
dos en cada lado,
mirada confusa y vigía,
delante y detrás,
surcada por las estrías
de sangre y humedad.
Tenía cinco orejas,
que controlaban, obsesivo,
los pasos de algún furtivo;
y no es que hubiera perdido el sentido,
repartido, estaba,
a lo largo de su piel.
Y dos comisuras tenía,
teñidas de rojo,
como el fluido de su pecho,
que se escapaba por la boca,
que tenía,
sola, una sola,
repleta de incisivos;
hambrienta de su corazón de feto.
Vivía en las entrañas
del ser que se miraba,
muy quieto,
sin saber quién era,
sin saber qué responder,
poseído.
“Pronto nacerá…”
Se dijo.
“Pronto eclosionará el huevo…
Y se dispondrá a morder…”
Jadeó frente al espejo.
“La criatura llamada Miedo.”