Cuántas arrugas me veo ya en el cuello. Tal vez debería ponerme esta noche el vestido negro de corte recto y cuello de cisne para la cena de gala. Lo cubriría, aunque no sé… es tan ajustado. Qué mayor me veo, y qué gorda me he puesto. ¿Qué me pongo? ¿El azul? ¿El azul vaporoso de volantes? Me lo pongo, sí. Parece muy llamativo pero no me haría tripita. Y esta noche tiene que ser especial. Porque todo ha terminado. Lo pedía dentro de mí, sé que lo pedía. No me escuchaba quizás, pero sé que lo pedía, y ha acabado. François lo ha hecho. Fin del drama. Lo ha conseguido hacer. Lo han conseguido. Y me ha regalado algo, porque justo dentro de una semana celebraremos las bodas de plata. “Hemos terminado con los refugiados”, me dijo hace dos días cuando me daba esta caja con un lazo rojo. No le he querido decir nada, pero voy a ponérmelo esta noche, en lugar del collar de diamantes del aniversario pasado. Sí, así no se me verán tanto las arrugas del cuello. “Es un alambre de la valla. Ya no habrá más refugiados”, me dijo hace dos días cuando me daba esta caja con un lazo rojo y yo lo desanudaba.
Aunque, no sé… es tan ajustado.
Me ahogo, me ahogo, me ahogo, me ahogo…
Tal vez debería ponerme esta noche el vestido negro de corte recto y cuello de cisne para la cena de gala. Lo cubriría.
Eva Villares
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