TODA TUYA

Eva Villares / Publicación / / 0 Comments / 1 like

La primera carta de amor que escribí… en Diciembre de 2011…

Querida alma de cabellos rojizos y corazón puro:

No sé cómo iniciar estas reflexiones. Me es a menudo muy fácil escribir otros relatos, historias sobre extraños seres fantásticos, tan lejanas a mí, pero soy incapaz de comenzar las letras de este encabezado para meditar sobre ti, cuando tú, en estos días, estás presente y te encuentras impregnado en mi imaginario espacio vital, a veces como presencia física, y otras, sin estar, como un aura, salvaguardándome.

Supongo que la pantalla de este ordenador, de manera contradictoria es un escudo, y no lo es el aire que circula entre mi cuerpo tangible y tu torso; es probable que a unos escasos milímetros de tu rostro, mi mente pueda pensar veloz, y mis labios despegarse, al fin, para expresar, en poco tiempo, lo que quisiera explicar en estas líneas, en principio, incoherentes.

Dame un segundo para idear. Deja que te piense. Permíteme que te robe la cara un instante. Cédeme tu mirada llena de timidez deliciosa. Ayúdame a transportar hasta mí tu sonrisa de ángel. Ya te veo. Te tengo aquí… Puedo escribirte.

Existen personas que, tras el latigazo de una traición de amor, se vuelven heladas, y duras, y opacas, “¡cuánto le amé, y que poco supo valorarlo!”, “¡ofrecí mi calor sincero, para retornarme tristezas!”, “¡nunca confiaré más en nadie!”…, qué conjunto de palabras huecas. Yo supe, desde la última secada de mis breves lágrimas, que un músculo muy vivo dentro de mí, nunca había cesado de bombear ganas de regalar amor, amor por otro hombre… Pero, ¿qué hombre? No fue muy difícil hallar la respuesta. Una tarde, presa del ansia pero a la vez titubeante, como si fuese la participante que quisiera ganar, ambiciosa, un divertido juego de conquista, apareció por sorpresa tu gentilidad, tu amabilidad, tus palabras tiernas, llegaste tú… Y gané la partida, y apostaste también.

Y hablamos… ni poco ni mucho, simplemente dijimos lo que quisimos. El músculo bello de tu pecho palpitaba a la par que el mío, desde mi rincón lo escuché en silencio, y me contó un secreto: tú deseabas lo mismo. Y un cierto terror se apoderó de mí, de llorar otra vez, de que no fueses el caballero gallardo que rescatara a esta doncella de la guarida de su momentáneo aislamiento. Pero en un breve espacio de tiempo me envalentoné, aunque a veces no supe mostrártelo con precisión, y quise hacer caso omiso a las frases escritas, unas líneas más arriba en esta carta, por mí; supe que volvería a amar, y que tú aprenderías a valorarlo; me aseguré que sería capaz de ofrecerte mi calor sincero, y que tú no me corresponderías con tristezas; confirmé que confiaría en ti. Y confío en ti. Y quiero ser, y seré tu princesa, mi leal guerrero.

Y poco a poco, la tela de araña del cariño se fue entretejiendo. Primero se amarró un nudo confuso, pero lo conseguí romper. Sus hilos comenzaron a envolverse entre sí, de nuevo crecieron más fuertes que las primeras hiladas, y pocos días después crearon una maraña resistente, que muy difícilmente podré rasgar. Me tienes atrapada en tu red, mi amor.

Ya no me siento atacada por el desasosiego. Ahora sí te veo como un caballero andante, te acercas hacia tu damisela y con tus brazos me abrazas, vigoroso, para protegerme; y yo me acomodo en ellos, y me abro a ti como los pétalos de una flor, cuando estás a mi lado, porque tú me traes el sol.

Y quiero decirte mucho más de lo que callo. Quiero verbalizar que tu irrupción en mi vida no me ha proporcionado un simple aprecio, que no me inspiras una leve estima; deseo proclamar a pecho descubierto que todo esto es infinitamente más intenso, que me estoy enamorando,… Creo en ti, y en mí, en ambos, en este inicio de aventura fascinante de amor. No permitiré jamás ni un ápice de vacilación en la dulzura de tus ojos de caramelo, porque siempre estaré ahí, te demostraré lo que mi corazón grite. Nos merecemos viajar juntos a un reino donde sólo exista el amor franco y noble, el camino acaba de ser emprendido, y con pasos abreviados, pero firmes, llegaremos.

¡Ay! Te pienso hacer tan dichoso…

Creo que conseguí deshacerme de la coraza de esta humilde pantalla de mi ordenador. Pude escribir, y percibo satisfacción dentro. Sin embargo, sigo prefiriendo el roce de tu cara linda con la piel de mis mejillas, necesito susurrártelo cerca de tu oído.

Espérame. Yo también te esperaré. Te veré pronto. Ya estamos casi juntos otra vez… Te quiero.

De tu princesa liberada de su mazmorra.

Firmado: ninfa de azúcar

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