Relato que presenté al 1º Certamen Literario de Relato Breve «La Fragua del Trovador», cuyo comienzo debía comenzar con la frase, «Se abrió la puerta del ascensor, y…»
Se abrió la puerta del ascensor y… caí. Como la pluma majestuosa de una paloma, que se desprende porque ha sido arrancada de sus hermanas, ya inservible y debilitada. Caí. Como una gota de lluvia, tan fresca y revitalizante en su nacimiento, pero que en su final se evapora. Caí. Como la gran hoja de un árbol, antaño verde y joven, mas cuando se descuelga está seca. Caí. Como los copos de nieve en invierno, muy ligeros y hermosos, aunque comunes tras su conversión a agua. Caí.
Y mientras bajaba me estaba quejando para mis adentros. Me iba diciendo que tenía que haber sido más cuidadosa, que no debía haberme anticipado. Pero a la vez me iba perdonando porque ya no era esa pluma majestuosa, ni esa gota de lluvia fresca, ni esa hoja verde del árbol, ni ese copo de nieve ligero. Era entonces una anciana y fue un despiste.
Y mientras bajaba iba dejando la estela de mis uñas en las paredes, en mi afán por sostenerme y salvaguardarme para procurar no hacerme daño.
Y mientras bajaba me temblaba el cuerpo entero, tenía miedo de lastimarme demasiado, y quería que transcurriese lento.
Y mientras bajaba retumbaban una y otra vez en mi cabeza las palabras leídas del cartel, pegado dentro de “Ascensor averiado. Disculpe las molestias.”
Pero caí aquel día y lo estaba lamentando.
-¡Maldita sea! –me quejé durante mi desafortunado trayecto. -¡Mira que tener que estar bajando ahora por las escaleras con la pierna rota!