AQUELLA MUJER DE LOS GATOS
No te mira nunca, pero yo sí la veo cada atardecer cuando paseo a Lulo. En esa plazuela a las afueras de la ciudad, con dos arboledas marchitas y otro par de bancos de piedra carcomido por los excrementos. Silenciosa, donde hace semanas se podían oír inquietas a las golondrinas. A la misma hora antes de cenar, las hojas de un arbusto se sacuden como si alguien o algo lo estuviera revolviendo desde dentro.
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